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(13-7-2002)
Hay frases que
regresan con la rotundidad de los ocasos.
Cuando cae la tarde
sobre las cúpulas de Estambul, y el cielo enrojecido va silueteando un
horizonte abigarrado.
“Estoy harta de
zurcir tus remiendos”. “Estoy harta de remendar zurcidos”. “Estoy harta...”.
Suenan en mí las lejanas palabras de la abuela, cuando las agujas de las
mezquitas quisieran zurcir las nubes para que
nos refresquen en su leve fluir hacia la noche.
Es hora de
contemplación amigo Pancho. Todo pasa velozmente de azul a azul plomizo, del
plomizo al endrino, después al negro silueteado por las luces amarillas de las
farolas.
¡Juguemos al balón!. Parecían gritar desde una garganta sensual y
cálida estos chiquillos en un idioma
incomprensible pero que reconozco. Sus gritos me transportan calle abajo. Cuarenta
años atrás; tú y yo con los pantalones cortos y la camiseta sudada.
Cuatro maceteros de piedra desplantados son
las porterías. Tres para tres, como
éramos nosotros. ¿O somos nosotros?. Contábamos
a pies para elegir el campo. Cruz y raya para parar el mundo de inmediato dando
botes de balón hacia la gloria.
Quisiera que les
vieses: Corren, saltan, gesticulan, discuten, se abrazan, viven al borde de la
extenuación, pero no hay cansancio ni límite. Estoy seguro de que si estuvieses
aquí abrazarías mis hombros, y con un empujón cómplice, me exhortarías a robar
la pelota y conseguir el gol definitivo.
Vencedor y vencido.
Ahora que tengo
cincuenta y un años lo entiendo.
En este juego
Pancho siempre tenemos algo de vencedor
y vencido.
Sólo necesitamos
que al final alguien, desde el amor, se acerque para zurcir nuestros remiendos.
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