miércoles, 20 de julio de 2011

de EL SUEÑO Y LA CANÍCULA

(20-05-2002)

Lunes amigo Pancho, hoy es lunes.
Amanecí temprano con un revoltijo apretando mis párpados. ¿De qué hablarán los pájaros? pensé entre sueños. Posiblemente dicen que el aire está muy limpio y que hay sol, algo que no es frecuente en este lugar, y que está abriéndose la veda al nuevo día.
No sé bien por qué has aparecido, pero después de tantos años lo has hecho, y aunque no pude ver tu cara pues la tengo muy desdibujada por el tiempo, si pude ver tus rodillas sucias y tu pelo revuelto y empapado en sudor, también vi esa mirada tuya especialista en bucear sorpresas, y tus uñas marcadas por el barro y el alquitrán con el que eres maestro en rellenar las chapas.

Te quedaste flotando con los bolsillos abultados una cuarta por encima de mis pensamientos. Yo aún no quería abrir los ojos y me acomodé lo mejor que pude sobre el costado izquierdo apurando los primerizos brotes de luz. Estuviste así un rato, como flotando digo, igual que cuando niños, bueno tú aún lo eres, sin decir nada y con las manos llenas de bondades, mirándome muy fijamente, inmóvil y asombrado, casi a punto de convertir en carcajada la sonrisa.

Cantaban los pájaros como si se tratara de un área majestuosa, y fue entonces cuando una palabra fue tomando cuerpo al lado tuyo. “Inocencia”. Y empezaste como a querer jugar con ella. La convertiste en balón al darle un par de botes sin parar de sonreír, y esos botes fueron tus palabras. Los niños tienen luz. Sus corazones son como Campanilla iluminando oquedades con su vuelo. Descubriendo en las últimas estancias y en recodos sombríos tesoros de un valor incalculable que generalmente nada valen. Y ese es exactamente su valor.

Pero seguías botando con rítmicos golpeos de tus manos: arriba, abajo, arriba, abajo, toc, toc, toc, toc. Palabras, palabras, palabras. Latidos en los párpados cerrados.
Tú ahí, tan fuerte e indefenso a la vez. Y quise decirte algo. Preguntarte qué es lo que habías hecho de tu vida. Pero me fue imposible ya que no dejabas de botar palabras.
Botes con un mundo esencial. Calles sin miedos. Botes de luz y claridades. Botes de generosa fidelidad. Botes de instante puro. Pulso puro.

Avivabas el ritmo sin parar de reír con la mirada.

Fueron los ruidos de los primeros coches, los que hicieron que callaran los pájaros y a ti tambalearte, y esa tímida luz se fue haciendo impertinente. Se destruyó la magia. Se fue yendo el hechizo. Te fuiste yendo tú. Yo fui volviendo. Nos fundimos los dos con la mañana de modos diferentes, pues cuando abrí los ojos era lunes, y tú ya un poema irremediable.
Lunes de un mes de mayo.
Todo estaba en su sitio.
Como siempre y en calma.

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