miércoles, 29 de agosto de 2012

Del poemario: POEMAS PARA EL ÚLTIMO DESTIERRO DE BENJAMÍN CUERDA


(en el día 30 de Noviembre de 1950)

 

 

Bajo la ventana hay un violín que toca las cuatro estaciones

                                a veces agradezco su rutina

en especial cuando es la Primavera

la que suplica al otro lado del cristal

mientras está nevando

porque sigue cayendo en este cuarto

una gran nevada silenciosa

 

entonces adivino que es una mujer

esa que hace vibrar el violín

                                               atento

agudizo lo que aún tengo de instinto

y puedo intuir sus dedos

cuando pulsan las cuerdas

                el cuello en ladeado escorzo

un opaco abandono tras los párpados

su rostro pálidamente hermético

y aparece un nombre empapado de Atlántico

Ruth

la bella Ruth que me trae un manojo de hojas oxidadas

la bella Ruth de mis noches rendidas en sones esmeralda

la que estaba detrás  del horizonte cuando era de papel

                la ingrávida en el campus

                la que hoy es fantasma que descubre la música

                entre los anaqueles del recuerdo

               

                Ruth             estatua de la felicidad perdida

               ya no quedan cuchillos para rasgar  tu recuerdo

fuiste un tesoro cargado de dolor en las praderas de Jersey

una brisa azulada en los otoños de Jersey

una rosa marchita en su frontera

olvido en la montaña rusa del delirio

un escombro manchado con asfalto

un vestido de oxido

una palabra hurtada y rota

un puñado de poemas melancólicos

sobre la inútil mesa del  destierro

 

 

jueves, 23 de agosto de 2012

                                           foto de SANTORINI de David Portela


Miro al sol como se pone
en la linea del mar
mientras aquí
el molino espera
la lujuria del viento

RELATO


 
LOS TUPPER DE BERNARDO
 
 
A las cinco de la tarde del mes de Noviembre ya era prácticamente noche cerrada
en aquel pueblecito de nombre casi impronunciable de la rivera del Elba.
Bernardo, como cada día, regresaba de la fundición en la que desde hacía dos años trabajaba después de un periodo de prácticas como becario. Abrió la puerta del estudio, y en el pequeño recibidor cambió sus botas de goretx por unas cómodas zapatillas de fieltro, colgó  del perchero el plumífero y el gorro de lana, y frotándose las manos pasó a la pieza que hacía de salón y cocina.
Era el apartamento de un soltero. Cuarenta metros cuadrados revueltos, donde; revistas, libros, raqueta de tenis, botellas vacías, papeles, ceniceros repletos, y una camisa colgada con su percha del brazo de la lámpara convivían en extraña armonía.
Se acercó a la mesa y encendió el portátil para mirar el correo y abrir la página de una emisora de radio española que a esas horas programaba un espacio de actualidad y música. Oír español le acercaba a su casa y le alegraba hasta el punto de ponerse a silbar y canturrear  la canción que escuchaba en esos momentos.
Abrió la nevera que como era  habitual estaba medio vacía y sacó una cerveza. Cerró la puerta con el talón del pie derecho y buscó con la mirada el pequeño tupper que  antes de irse al trabajo había dejado en la encimera para que se descongelara.
Mañana tendré que ir a la gasolinera a esperar a Jesús, pensó mientras lo ponía a calentar en el microondas.
Jesús era un camionero casado con una vecina de una amiga de su madre, que desde hacía dos años puntualmente se desviaba unos cincuenta kilómetros de Hamburgo para encontrarse una vez al mes con Bernardo y entregarle una caja térmica de forespan precintada con cinta americana en la que Matilde, la madre de Bernardo, encajaba con precisión geométrica quince tupper de doble ración, cubiertos con hielo picado.
Las comidas de su casa le transportaban a un país, su país, más luminoso. Tenían la virtud de darle  la fuerza necesaria para continuar tan lejos de él y de su familia. Y así cada cena se convertía en una ceremonia imprescindible así como esperada a lo largo del día.
 
Sonó el timbre del microondas para avisar que las lentejas ya estaban listas. Las vertió sobre un plato hondo y se sentó a la mesa que se había preparado apartando primero un montón de cosas que no deberían estar allí.
La sola idea de disfrutar aquella hogareña comida alegraba su corazón e impacientaba  su estómago, tanto que tuvo la impresión de que hasta la cuchara estaba también deseosa de poder tomar contacto con tan delicioso manjar cuando repiqueteó entre sus dedos. Lentamente tomó la primera cucharada y apretó la lengua contra el paladar para sentir mejor aquella textura y aquel sabor tan entrañables.
Según iba comiendo se sentía un poco menos solo. Más cerca de su hogar. Hasta el punto que  podía oír sus ruidos, sentir sus  aromas, percibir su atmósfera calmada,  entrever la  luminosa cocina donde toda la familia se juntaba para contar las incidencias del día, para charlar acaloradamente de cualquier tema que fuera propicio a albergar puntos de vista diferentes, para conmemorar, festejar, y también llorar. En definitiva para vivir.
   
 
 
Cuando terminó  se sentó en la butaca y encendió un pitillo. Cerró los ojos y pensó en lo importante que para él eran aquellos tupper. Tan amorosamente concebidos. Tan milimétricamente organizados. Con sus tapas de colores distintos y sus etiquetas cubiertas con la letra picuda de su madre, en las que ponía; el guiso que contenían, la fecha y el orden en que debía comerlos. Era como si ella le sirviera cada cena, animándole a que no se enfriara. Y una idea surrealista se apoderó de sus pensamientos. Abrió en el portátil el archivo en el que  escribía un pequeño diario: Hoy es 13 de Noviembre y ha sido un día duro en la empresa. Los contratos que se han firmado con Italia me han obligado a tener que reestructurar la producción, y eso aquí es una especie de drama, ya que la improvisación y la imaginación  no son el  fuerte de  esta gente. Así que estuve todo el tiempo intentando convencer a los capataces de que los nuevos planes que había diseñado eran posibles.
Por otro lado este frío tan crudo me tiene trastornado, echo de menos la claridad de Castilla, el sol entrando por la  ventana para despertarme a las ocho de la mañana, y  aunque el frío es intenso en los inviernos de Valladolid, no tiene nada que ver con esta temperatura con la que parecen los huesos de cristal. Sólo me reconforta la hora de la cena que espero con verdadera ilusión, tanto que declino las invitaciones de los compañeros para tomar algunas cervezas a la salida del trabajo, y vengo deprisa a casa a encontrarme con los guisos de mamá.
 
Hoy me han sentado tan bien las lentejas que me dio por pensar que un continuo entramado de guisos formaba una red invisible alrededor del mundo, uniendo a las personas que se quieren a pesar de los kilómetros para superar la soledad. Comida en tupper de todos los tañamos y colores, portadores de buenos sentimientos. Aliento y alimento empaquetado para cuerpo y espíritu. Todos ellos en blancas cajas  cuadradas de forespan precintadas con cinta americana, que el amor abnegado se empeñan en hacer circular de norte a sur, de este a oeste sin desmayo, en silencio, con la humanidad tallada en el corazón.
Si. Decididamente creo que los tupper no son sólo cajitas cuadradas herméticas de plástico para contener comida cocinada. Sino que son un pulso decidido y fuerte. El tacto con que el silencio dice que perteneces a un lugar donde te esperan. Donde piensan en ti cada vez que se consigue la alquimia de convertir unas simples lentejas en una corriente de cálida presencia. Son un puente que el  amor tiende para vencer  la lejanía.
 
Bernardo guardó la pequeña nota y cerro el diario, mientras la  nostalgia se apoderó de él. Así que abrió el Skype y pinchó en casa.
Mientras sonaba el timbre de llamada pensó: Voy a decir a  mamá lo mucho que la quiero.    
 

miércoles, 22 de agosto de 2012

del poemario A PASO LENTO


LA SENDA DE KIM SA-KAT

        Kim Byung-Ion ( 1807-1863 )

Vuelvo de un largo camino

ya con la edad de la sabiduría del cielo

Atrás quedaron los resentimientos

las ciudades pomposas y las aldeas dormidas

Me ha empujado la brisa por las sendas del bosque

en las bellas montañas de la Nueva Luna



¿Dónde estará mi verdadero hogar?

Del de el comienzo

sólo quedan unos secos pinceles y polvo en los estantes

El que ahora tengo

es un sombrero de bambú y un bastón largo de caminante



¿Dónde mi poesía?

La del comienzo

la escribí con deliciosos signos y retóricas frases

La que ahora tengo

me la dictan  las sombras de los pinos frondosos


viernes, 17 de agosto de 2012

RELATO


LA JAULA VACÍA


El viejo Lee abrió de par en par la ventana de su pequeño cuarto como de costumbre. Era Noviembre, pero el frío había dado una pequeña tregua, y se mostraba templado en aquella mañana.
Lee era un hombre afable que toda su vida se había dedicado a fabricar pequeñas piezas de barro para uso común en un taller que ya heredara de su padre, pero el torpe pulso, y la casi total ceguera que desde hacía diez años tenía, le habían obligado a dejar de ejercer su oficio. No obstante, cada mañana le gustaba recorrer los cincuenta metros que separaban su humilde casa del taller, ahora utilizado por su sobrino Won al que, a falta de hijos, había trasmitido sus secretos en el arte de la alfarería.

El té humeaba aromático en la taza que tomaba para empezar su rutina diaria. Mientras bebía su té, Lee pensaba que parecía un buen día para disfrutar de su quehacer preferido; ir hasta el parque cercano a su casa con el petirrojo. Al viejo le gustaba oír el gorjeo  musical y agudo del pajarillo que un buen día apareció para instalarse en la jaula de bambú que permanecía colgada de un gancho en el patio de la alfarería con la puerta siempre abierta desde que su anterior habitante, un mirlo pardo de pecho blanco, apareciera muerto una tarde quince años atrás.
Aquel inquilino había logrado amortiguar la angustia que le produjo la aparición de la vejez, y su eterna acompañante, la ceguera, con su trinar alegre y metálico. Y por eso Lee  recorría el trecho empedrado del taller hasta el parque con su jaula siempre abierta en la mano sin vacilar apenas. Hiciera calor o frío el anciano y su pajarillo no faltaban a su cita con la naturaleza.
Una vez allí, rodeado de árboles centenarios, Lee encontraba a otros compañeros como él amantes de los pájaros. Todos iban apareciendo con sus pequeñas jaulas y sus aves, a cual más exótica, en la plaza jalonada de bancos de piedra tallados desde un tiempo que se perdía en la memoria. Entonces comenzaba el estruendo: multitud de diferentes trinos cubrían el espacio, parecía como si las aves, que habían permanecido calladas durante el trayecto, se pusieran de acuerdo para elevar su canto, compitiendo unas con otras para hacer deleite de sus cuidadores.

Todos competían entre sí, discutiendo ruidosamente sobre las cualidades de sus respectivos pájaros; sus plumajes, sus vivos colores, sus cantos diáfanos… pero en lo que todos estaban de acuerdo era en alabar al pequeño petirrojo que cantaba de un modo nunca oído desde su jaula siempre abierta. El pajarillo de cuando en cuando salía en un vuelo grácil y vivaz mientras su trino apagaba el trino de los demás compañeros de concierto, y en esos vuelos se iba posando en otras jaulas, o en los hombros y cabezas de los cuidadores que allí se reunían, o en los brazos de las personas que a esa hora hacían tai chi con lentos movimientos en la explanada cercana, provocando la risa de todos.


¡Que suerte tienes Lee! le decían sus compañeros del parque. Yo me he gastado una fortuna en este colibrí de raro plumaje, pero no puede competir con la alegría de tu petirrojo.
Así uno tras otro alababan la suerte del viejo Lee, y este se encogía de hombros asintiendo con la cabeza.
Sí, este pequeño ser ha venido a llenar mi soledad ahora que más lo necesito, y ha convertido este invierno en primavera, comentaba socarrón a sus compañeros, mientras el petirrojo revoloteaba a su antojo, hasta que el viejo Lee se levantaba, y entonces, el pájaro, aparecía veloz desde alguna parte para meterse en la jaula.

Así los días iban pasando hasta que uno, cuando Lee se levantó para emprender el camino de vuelta, ya la mañana vencida, el petirrojo no apareció.
Lee esperó allí, de pie, sin concesión al cansancio, con la pequeña jaula en la temblorosa mano, a que el amigo volador llegara, pero fue en vano.
Ya caía la tarde cuando, preocupado, apareció Won en el parque buscando a su tío.
¿Por qué no has venido al medio día? Hemos ido a tu casa y no estabas. Te buscamos por la taberna, y nadie nos ha dado razón. Por último te encuentro aquí, en el sitio al que debí venir primero a buscarte.
Lee miro a su sobrino y en un susurro le dijo que estaba esperando al petirrojo.
No sé qué le habrá pasado, pero no ha vuelto a la jaula a la hora de volver a casa, y no sé como llamarlo, porque me he dado cuenta de que no le he puesto nombre.

Lee volvió a casa abatido, y esa noche fue tan larga como todo un invierno. Al día siguiente volvió al parque con la esperanza de que el pajarillo volviera, pero  no fue así. La jaula permaneció vacía, y todos se acercaban a él diciendo: ¡Qué mala suerte! ¿Cómo ha podido suceder? Deberías comprar otro en el mercado y así volverías a ser feliz. Pero Lee sabía que eso era imposible, y a todos les negaba con la cabeza mientras se encogía de hombros.

Una tarde de especial melancolía  cogió un papel y su pincel, y a la luz temblona de una vela escribió:

Llegaste con las primeras lluvias
A llenar esta jaula vacía

Tu pecho era de cobre
El mío  era de barro

Todo fue un canto dulce
Desde que apareciste
El calor del verano era más llevadero
El frío del invierno era más soportable

Pero te fuiste un día con las primeras lluvias
Y dejaste otra vez esta jaula vacía

¿En qué jaula tu pecho?
¿Qué corazón cansado descansará en tu canto?

Ahora que estas lejos no sé cómo llamarte
Si algún día volvieras te llamaría “libre”


Lee dejó el pincel sobre la mesa y enrolló el papel atándolo con una cinta.


A la mañana siguiente el viejo no esperó al té. Se vistió lo más rápido que pudo y fue hasta el taller.
Allí, en su lugar estaba la jaula con su puerta siempre abierta. Lee se acercó despacio y en su mano llevaba el pequeño poema que escribió la noche anterior. Desató el nudo de la cinta y colgó el poema en la puerta. Después volvió lentamente hacia su casa.

Al cuarto día, mientras  preparaba el arroz y la sopa para el almuerzo escucho voces que venían llamándole desde lejos.
Lee, Lee. ¡Sal!.  ¡Alégrate!  ¡Mira que suerte has tenido! Ha vuelto. Ha vuelto. Y no ha venido solo.
El viejo salió a la puerta con el ímpetu de los dieciocho años.
¿Qué pasa? Gritó nervioso ante tal algarabía.
De entre los compañeros del parque sobresalía una mano que asía en lo alto la jaula de bambú. Era Won que entre saltos y voces enseñaba la jaula.
Ha vuelto. Ha vuelto. Y no ha venido sólo.
Al llegar a su altura  Lee vio dos pequeños bultos con su mirada turbia dentro de la jaula.
El petirrojo de pecho cobrizo había vuelto y traía un regalo, otro pequeño petirrojo de pecho amarillo.





















































martes, 14 de agosto de 2012

HAIKU VS FOTO : LA PIEL DEL TEJO




La piel del tejo

escamas de madera

color del tiempo

sábado, 11 de agosto de 2012

Tres poemas de LUGAR DE MADUREZ




Lleva en él el destello

de tantas lejanías como estrellas

de tantos paraísos           Sol y Luna

que encuentra cuando mira lento al cielo





 4





Sueña el sueño de las cumbres



              quietud  cepillada por el viento

                                                              sembrada de nieve



sueña que otea horizontes

mientras inmóvil

hace manar la vida por sus poros de piedra



sueña que cuando se acuesta el cenit

con su carmesí aliento vuelve

al lugar de la aurora

             

sueña con el perfil de Itaca recortado en la noche

                

                 5



 Hojas vencidas tapizan los sentimientos



él se aproxima a la puerta del invierno

con el último instinto de su corazón



sedimentos de intemperie han curvado su espalda



larga ha sido la ruta ( se advierte en su cansancio)

temerarios sus sueños



hilos rojos de sol

trenzan en sus cabellos

mallas de atardeceres



de tanto caminar se ha dado cuenta

que olvidó su propósito


















jueves, 9 de agosto de 2012

de : CUADERNO DE NOTAS PARA UN VIAJE


Y en las manos vacías

no unas gotas de fina lluvia blanca

no un caudal de agua acumulada

ni el leve gotear del hilo que resbala por la hoja

ni el tamiz del rocío ni la onda

de un golpe en el sereno espejo de la luna

ni el furioso bramar del oleaje

contra el fondo del cielo



sí densas y compactas soledades



en las manos vacías

la niebla deposita la nostalgia de los días de sol

y vivifica un tacto en la memoria

palpando tercamente una piel ida

una piel con calor olor ternura

quizá ya endurecida por los años

y ahora rescatada

en el pulso de un corazón turbado

sábado, 4 de agosto de 2012

EL OBEDIENTE HIJO DE LA RUTINA



Temprano

avanzo un día más


el sol

a la  izquierda me regala

su primera tibieza sobre el hombro


la luna

a la derecha

redonda y moteada

entre ligeras ráfagas de nubes

parece un globo blanco en lo alto

que alguien dejó ir


suena una lenta balada

en la radio del coche

mientras  voy hacia el sur

por la ciudad dormida


avanzo lento

como lentos son mis pensamientos


aún no tengo prisa

por ser

el obediente

hijo de la rutina


viernes, 3 de agosto de 2012

POEMAS BREVES DEL TIEMPO BREVE




Tú sabes que no tienes ningún poder sobre tu destino

¿Por qué la incertidumbre del porvenir te causa ansiedad?

Si eres sabio , aprovecha el momento actual.

El porvenir, ¿qué traerá?



OMAR KHAYYAM











1



No roces más las nubes con los dedos

si has de perder apoyo al intentarlo





                   

2



Ábrete a los sentidos y deslízate

por la puesta de sol           quizá mañana

no salga para ti y hayas perdido

la ocasión de ser sol un breve instante





 3                   



Contempla el día que te ha tocado andar

y cumple tu papel mientras llega la noche

revestida de sueño

puede que seas mañana presa abatida

si fuiste antes del sueño cazador