viernes, 17 de agosto de 2012

RELATO


LA JAULA VACÍA


El viejo Lee abrió de par en par la ventana de su pequeño cuarto como de costumbre. Era Noviembre, pero el frío había dado una pequeña tregua, y se mostraba templado en aquella mañana.
Lee era un hombre afable que toda su vida se había dedicado a fabricar pequeñas piezas de barro para uso común en un taller que ya heredara de su padre, pero el torpe pulso, y la casi total ceguera que desde hacía diez años tenía, le habían obligado a dejar de ejercer su oficio. No obstante, cada mañana le gustaba recorrer los cincuenta metros que separaban su humilde casa del taller, ahora utilizado por su sobrino Won al que, a falta de hijos, había trasmitido sus secretos en el arte de la alfarería.

El té humeaba aromático en la taza que tomaba para empezar su rutina diaria. Mientras bebía su té, Lee pensaba que parecía un buen día para disfrutar de su quehacer preferido; ir hasta el parque cercano a su casa con el petirrojo. Al viejo le gustaba oír el gorjeo  musical y agudo del pajarillo que un buen día apareció para instalarse en la jaula de bambú que permanecía colgada de un gancho en el patio de la alfarería con la puerta siempre abierta desde que su anterior habitante, un mirlo pardo de pecho blanco, apareciera muerto una tarde quince años atrás.
Aquel inquilino había logrado amortiguar la angustia que le produjo la aparición de la vejez, y su eterna acompañante, la ceguera, con su trinar alegre y metálico. Y por eso Lee  recorría el trecho empedrado del taller hasta el parque con su jaula siempre abierta en la mano sin vacilar apenas. Hiciera calor o frío el anciano y su pajarillo no faltaban a su cita con la naturaleza.
Una vez allí, rodeado de árboles centenarios, Lee encontraba a otros compañeros como él amantes de los pájaros. Todos iban apareciendo con sus pequeñas jaulas y sus aves, a cual más exótica, en la plaza jalonada de bancos de piedra tallados desde un tiempo que se perdía en la memoria. Entonces comenzaba el estruendo: multitud de diferentes trinos cubrían el espacio, parecía como si las aves, que habían permanecido calladas durante el trayecto, se pusieran de acuerdo para elevar su canto, compitiendo unas con otras para hacer deleite de sus cuidadores.

Todos competían entre sí, discutiendo ruidosamente sobre las cualidades de sus respectivos pájaros; sus plumajes, sus vivos colores, sus cantos diáfanos… pero en lo que todos estaban de acuerdo era en alabar al pequeño petirrojo que cantaba de un modo nunca oído desde su jaula siempre abierta. El pajarillo de cuando en cuando salía en un vuelo grácil y vivaz mientras su trino apagaba el trino de los demás compañeros de concierto, y en esos vuelos se iba posando en otras jaulas, o en los hombros y cabezas de los cuidadores que allí se reunían, o en los brazos de las personas que a esa hora hacían tai chi con lentos movimientos en la explanada cercana, provocando la risa de todos.


¡Que suerte tienes Lee! le decían sus compañeros del parque. Yo me he gastado una fortuna en este colibrí de raro plumaje, pero no puede competir con la alegría de tu petirrojo.
Así uno tras otro alababan la suerte del viejo Lee, y este se encogía de hombros asintiendo con la cabeza.
Sí, este pequeño ser ha venido a llenar mi soledad ahora que más lo necesito, y ha convertido este invierno en primavera, comentaba socarrón a sus compañeros, mientras el petirrojo revoloteaba a su antojo, hasta que el viejo Lee se levantaba, y entonces, el pájaro, aparecía veloz desde alguna parte para meterse en la jaula.

Así los días iban pasando hasta que uno, cuando Lee se levantó para emprender el camino de vuelta, ya la mañana vencida, el petirrojo no apareció.
Lee esperó allí, de pie, sin concesión al cansancio, con la pequeña jaula en la temblorosa mano, a que el amigo volador llegara, pero fue en vano.
Ya caía la tarde cuando, preocupado, apareció Won en el parque buscando a su tío.
¿Por qué no has venido al medio día? Hemos ido a tu casa y no estabas. Te buscamos por la taberna, y nadie nos ha dado razón. Por último te encuentro aquí, en el sitio al que debí venir primero a buscarte.
Lee miro a su sobrino y en un susurro le dijo que estaba esperando al petirrojo.
No sé qué le habrá pasado, pero no ha vuelto a la jaula a la hora de volver a casa, y no sé como llamarlo, porque me he dado cuenta de que no le he puesto nombre.

Lee volvió a casa abatido, y esa noche fue tan larga como todo un invierno. Al día siguiente volvió al parque con la esperanza de que el pajarillo volviera, pero  no fue así. La jaula permaneció vacía, y todos se acercaban a él diciendo: ¡Qué mala suerte! ¿Cómo ha podido suceder? Deberías comprar otro en el mercado y así volverías a ser feliz. Pero Lee sabía que eso era imposible, y a todos les negaba con la cabeza mientras se encogía de hombros.

Una tarde de especial melancolía  cogió un papel y su pincel, y a la luz temblona de una vela escribió:

Llegaste con las primeras lluvias
A llenar esta jaula vacía

Tu pecho era de cobre
El mío  era de barro

Todo fue un canto dulce
Desde que apareciste
El calor del verano era más llevadero
El frío del invierno era más soportable

Pero te fuiste un día con las primeras lluvias
Y dejaste otra vez esta jaula vacía

¿En qué jaula tu pecho?
¿Qué corazón cansado descansará en tu canto?

Ahora que estas lejos no sé cómo llamarte
Si algún día volvieras te llamaría “libre”


Lee dejó el pincel sobre la mesa y enrolló el papel atándolo con una cinta.


A la mañana siguiente el viejo no esperó al té. Se vistió lo más rápido que pudo y fue hasta el taller.
Allí, en su lugar estaba la jaula con su puerta siempre abierta. Lee se acercó despacio y en su mano llevaba el pequeño poema que escribió la noche anterior. Desató el nudo de la cinta y colgó el poema en la puerta. Después volvió lentamente hacia su casa.

Al cuarto día, mientras  preparaba el arroz y la sopa para el almuerzo escucho voces que venían llamándole desde lejos.
Lee, Lee. ¡Sal!.  ¡Alégrate!  ¡Mira que suerte has tenido! Ha vuelto. Ha vuelto. Y no ha venido solo.
El viejo salió a la puerta con el ímpetu de los dieciocho años.
¿Qué pasa? Gritó nervioso ante tal algarabía.
De entre los compañeros del parque sobresalía una mano que asía en lo alto la jaula de bambú. Era Won que entre saltos y voces enseñaba la jaula.
Ha vuelto. Ha vuelto. Y no ha venido sólo.
Al llegar a su altura  Lee vio dos pequeños bultos con su mirada turbia dentro de la jaula.
El petirrojo de pecho cobrizo había vuelto y traía un regalo, otro pequeño petirrojo de pecho amarillo.





















































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