Hoy ha entrado el verano.
Cincuenta y un veranos han ido entrando por puertas y ventanas para ir engalanándome la vida con mosaicos policromos y terrazas floridas, con ropas más livianas y tacto de calor sobre las sábanas.
Hoy ha entrado uno más en esta colección ya abigarrada de veranos vividos. Lo he oído en la radio de camino al trabajo, y entre el rugir del tráfico, me puse a rescatar de la maraña de veranos dormidos, la infantil sensación de nuestro estío.
Amanecían los días lentamente. Mansos cauces de asfalto. Venían a buscarnos con bocanadas de libre algarabía. Con gallardetes de tiempo detenido con luz de instante puro.
El mundo era un laberinto de calles conocidas donde poder perdernos. El tiempo… esa distancia que hay entre dos juegos.
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